ocio no consumible

La sociedad del espectáculo hace mucho que asumió que debía absorber la contraculturalidad de cualquier movimiento artístico-contestatario que se atreviese a plantarle cara.
Los museos exponen Dadá, conceptualismo o videoarte; MTV programa grupos de punk, los tatuajes y los piercings se han convertido en decoración corporal, los Simpsoms llevan en antena 12 años, Phallaniuk es editado por el Círculo de Lectores; incluso se llegan a comercializar camisetas con eslóganes anticonsumistas; y para qué hablar de ese clásico que es la imagen del Che, el símbolo de la okupación o la A circunscrita en mecheros, posters y todo tipo de mercadería.
No es nuevo; viene sucediendo periódicamente desde siempre; aunque parece que el tiempo que el sistema tarda en engullir las nuevas propuestas es cada vez más corto; llegando a solaparse el lanzamiento de los movimientos contraculturales con su comercialización.
Por lo tanto, la único acción contracultural real sería la que no pueda comercializarse. No podemos circunscribir esta acción al entorno cultural ni a ningún otro que sea susceptible de ser copiado y posteriormente adoptado y comercializado por la industria del entretenimiento o del ocio; así pues no se trata tanto de no cobrar por las canciones, películas o libros; que también, si no de buscar formas alternativas de disfrute personal que no puedan ser asociadas al consumo. El simple paseo frente a salir a tomar algo, el cantar en lugar de ir a un concierto, el mirar las nubes en lugar de ir al cine. Suena aburrido ¿verdad? Quizá el ser humano comenzó a serlo de veras desde el momento en que comenzó a aburrirse.